jueves, 25 de noviembre de 2010

LA CORONA DEL ADVIENTO

La palabra ADVIENTO es una palabra latina que quiere decir VENIDA, LLEGADA. Es el tiempo en que los cristianos nos preparamos para la venida de Jesucristo. El tiempo de adviento abarca cuatro semanas antes de Navidad.
La corona de Adviento es el primer anuncio de Navidad. Es una costumbre popular nacida en Europa, que se ha venido extendiendo y haciéndose popular aun entre nosotros y se puede hacer tanto en casa como en el templo. La corona no es un rito litúrgico, pero es una buena manera de marcar el paso de las semanas de Adviento para poder vivirlas más plenamente. El signo consiste en una corona de follaje verde (sin flores, que serán más propias de la Navidad), la forma redonda simboliza la eternidad y el color verde la esperanza y la vida. El rojo, con el que se suele adornar, simboliza el amor de Dios que nos envuelve y también nuestro amor que espera con ansiedad el nacimiento del Hijo de Dios. Además de estas raíces simbólicas universales se añade el signo cristiano de la luz como salvación, los cuatro cirios vistosos expresan la espera de Cristo Jesús como Luz y Vida. La corona se puede colgar del techo con un lazo o se puede poner en otro lugar adecuado y visible. El rito consiste en encender cada uno de los domingos del Adviento el número de cirios correspondiente: uno el primer domingo, dos el segundo, etc. De esta manera se señala el paso de las semanas hasta Navidad.
Cuando se hace en casa, el encendido de la luz de corona se puede hacer en la noche con la familia reunida, acompañado de una plegaria. Sería muy significativo que cada domingo la encendiera un miembro diferente de la familia: papá, mamá, hijos...
Este signo es útil tanto para los niños como para los adultos, para ayudarles a tomar conciencia de este tiempo litúrgico y para no olvidar la importancia que tiene vivir el sentido de los diversos momentos del año litúrgico. En medio de un ambiente pagano y descreído, que tiende a celebrar la Navidad solamente como fiesta comercial, la corona de Adviento puede ser un pequeño símbolo de los valores humanos y cristianos que deberían centrar nuestra atención en estos días.
Que la Corona de Adviento nos ayude en el crecimiento de la esperanza y sea un signo que nos recuerde la necesidad de estar siempre vigilantes para  el  encuentro con Jesucristo, el Dios que vino, viene y vendrá.
Oraciones para encender las velas de la corona
Primer domingo
Encendemos, Señor, esta luz,
como aquel que enciende su lámpara
para salir en la noche,
al encuentro del amigo que ya viene.
En esta primera semana del Adviento
queremos levantarnos para esperarte preparados,
para recibirte con alegría.

Muchas sombras nos envuelven.
Muchos halagos nos adormecen.
Queremos estar despiertos y vigilantes,
porque tú nos traes la luz más clara,
la paz más profunda,
y la alegría más verdadera.

¡Ven, Señor Jesús! ¡Ven, Señor Jesús!
Segundo domingo
Los profetas mantenían encendida
la esperanza de Israel.

Nosotros, como un símbolo,
encendemos estas dos velas.

El viejo tronco está rebrotando,
florece el desierto...

La humanidad entera se estremece
porque Dios se ha sembrado en nuestra carne.

Que cada uno de nosotros, Señor,
te abra su vida para que brotes,
para que florezcas, para que nazcas,
y mantengas en nuestro corazón
encendida la esperanza.

Ven pronto, Señor! ¡Ven, Salvador!
Tercer domingo
En las tinieblas se encendió una luz,
en el desierto clamó una voz.

Se anuncia la buena noticia:
¡El Señor va a llegar!
Preparad sus caminos, porque ya se acerca.
Adornad vuestra alma
como una novia que se engalana el día de su boda.

Ya llega el mensajero.
Juan Bautista no es la luz, sino el que nos anuncia la luz.
Cuando encendemos estas tres velas
cada uno de nosotros quiere ser
antorcha tuya para que brilles,
llama para que calientes.

¡Ven, Señor, a salvarnos,
envuélvenos con tu luz, caliéntanos en tu amor.
Cuarto domingo
Al encender estas cuatro velas, en el último domingo,
pensamos en Ella, la Virgen,
tu madre y nuestra madre.

Nadie te esperó con más ansia,
con más ternura, con más amor.

Nadie te recibió con más alegría.
Te sembraste en Ella,
como el grano de trigo se siembra en el surco.

Y en sus brazos encontraste la cuna más hermosa.
También nosotros queremos prepararnos así:
en la fe, en el amor y en el trabajo de cada día.
¡Ven pronto, Señor! ¡Ven a salvarnos!
Plegaria breve para repetir cada domingo
Jesús, ven entre nosotros.
Nosotros queremos compartir tu venida.
Nosotros queremos recibirte.
Nosotros esperamos que nos traigas tu luz, tu paz, tu amor. Amén.
La gracia del Adviento
Es un tiempo hecho sacramento: signo eficaz de la gracia que Dios comunica a su Iglesia y de la fe con que la comunidad eclesial acoge este don siempre nuevo de Dios. La historia de la salvación se actualiza sacramentalmente.
El Adviento forma una unidad de movimiento con la Navidad y la Epifanía. Las tres palabras vienen a significar lo mismo: venida, nacimiento, manifestación. El Dios que ha querido ser Dios-con-nosotros entró hace dos mil años en nuestra historia en Belén, pero la actualiza sacramentalmente cada año en este tiempo fuerte de seis o siete semanas: desde el primer domingo del Adviento hasta la fiesta del Bautismo del Señor.
Un tiempo que ante todo es de gracia, y a la vez constituye como una formación permanente y una profundización de la vida cristiana en sus actitudes fundamentales de fe y esperanza.
Las lecturas dominicales y las de feria
En el Adviento, las lecturas principales y más céntricas, tanto de los profetas como del evangelio, se han reservado para los cuatro domingos. En estos días aparecen, por ejemplo, las llamadas a la vigilancia escatológica del final de los tiempos, las consignas del Bautista sobre la conversión y la preparación de los caminos del Señor, y la preparación inmediata de la Navidad.


En las ferias, por medio de un Leccionario totalmente nuevo, se complementa y profundiza este mensaje para los que celebran la Eucaristía con un ritmo diario. Y siempre, domingos y ferias, la Palabra de Dios nos va iluminando y guiando, consolando y juzgando, para que nos preparemos bien a la celebración de la Navidad.

HISTORIA DE LA NAVIDAD

Pesebre En Belen



Pocas fiestas hay en el calendario tan entrañables, hondas y universales como la Navidad. Entendida como Pascua por nuestro pueblo, Navidad abarca doce días enriquecidos históricamente con infinidad de expresiones religiosas, culinarias, literarias, pictóricas y musicales. No es extraño que el origen y evolución histórica de la Navidad, repleta de celebraciones religiosas, encuentros familiares, cenas nostálgicas, vacaciones escolares y regalos generosos, sea un asunto fácil de resumir. Los historiadores de los mitos y ritos navideños sitúan los orígenes de la Navidad en el s. IV, fiesta que cristianiza viejos ritos ancestrales paganos, celebrados en honor del sol. De entonces a hoy el trecho es largo, con muchas evoluciones, algunos desvíos y no pocos altibajos.
El nacimiento de Jesús
Ningún historiador solvente niega hoy la realidad histórica de Jesús de Nazaret. Es cierto que las fuentes antiguas de los cronistas romanos y judíos sobre Jesús son exiguas y discutibles. Pero existen los relatos de la infancia de san Mateo y san Lucas, que ponen de relieve —de un modo teológico más que histórico— quién es Jesús, cómo nace, dónde nace y de dónde es.
Los dos relatos son composiciones libres, escritos con un género judío imaginativo que consiste en actualizar, en un momento dado, historias antiguas del Antiguo Testamento. Es decir, los relatos de la infancia de Jesús, según los investigadores de la Biblia, como S. Muñoz Iglesias, R. E. Brown y M. Coleridge, refieren acontecimientos vividos, meditados y contados en un clima de fe y de fidelidad a unos hechos históricos, con un ropaje literario libre, para tratar de inculcar la fe en Jesucristo, nuevo Moisés o nuevo Elías. Lo que los evangelios pregonan vigorosamente es que el Verbo de Dios entró en la historia, se encarnó.
Sabemos que la primera comunidad cristiana de Jerusalén estaba formada por convertidos de Judea y Galilea, alguno de los cuales conoció de cerca el ámbito familiar de Jesús. María guardaba en su corazón muchos recuerdos (Lc 2,19 y 51) y, ya viuda, después de la muerte de Jesús, vivió los avalares de aquella primera comunidad (Hch 1,14), donde hubo probablemente cristianos procedentes de la región de Belén y Nazaret. No es difícil pensar que en ese medio se transmitiesen algunos recuerdos de la infancia de Jesús. No todo en los relatos de la infancia de Jesús es fantasía narrativa. Hay hechos comprobables y comprobados.
Los dos relatos no datan con precisión el día y año que nació Jesús. Sabemos que Jesús [Yeshúa) fue un judío palestino, hijo de María [Miryam], casada con José (Yoseft, carpintero, albañil o tallador de piedra, a saber, artesano. Nació, según los evangelistas, en Belén de Judea y se crió en Nazaret de Galilea, pues fue llamado «nazareno».
El nacimiento de Jesús ocurrió en tiempos del em­perador Augusto, poco antes de morir Herodes I (37-4 a.C.), entre cuatro y siete años de adelanto sobre el calendario que marca la era cristiana. Probablemente, María no dio a luz en invierno, ya que «había en aquellos campos unos pastores que pasaban la noche al raso velando sus rebaños» (Lc 2,8). En Palestina los pastores velan los ganados de marzo o abril a noviembre, es decir, en primavera, verano u otoño. El invierno es en Palestina frío y lluvioso, escasamente apto para que los pastores velen sus rebaños. Curiosamente, los cristianos de los tres primeros siglos situaban el nacimiento de Jesús en primavera por deducciones simbólicas, al creer que en ese tiempo fue creado el mundo y en ese mismo momento murió Jesús.
En tiempos de Jesús se acostumbraba a caminar de un lugar a otro en caravana, con objeto de ayudarse los viajeros entre sí y de defenderse de posibles ladrones de caminos. Puede que María, embarazada de casi nueve meses, se retrasase con José y llegasen ambos a la posada los últimos del grupo. Lo cierto es que allí no había sitio y tuvieron que alojarse en el establo adyacente, donde nació Jesús. Algunos entendidos afirman que Jesús nació en un establo por discreción de sus propios padres, al buscar una legítima privacidad.
Belén era una población insignificante en los con­fines del reino de Herodes. En la Biblia aparece como lugar donde nació David (1 Sm 17,12) y donde nacería, según los profetas, el futuro Mesías (Miq 5,2). Situada hoy en Cisjordania, Belén era, en el primer siglo de la era cristiana, una pequeña aldea con casas de adobe y cuevas calizas, horadadas a pico y pala, que servían de vivienda, establo o bodega, como en algunas regiones de España hasta hace pocas décadas. Nazaret era en el s.I un poblado judío asentado en una ladera de una zona montañosa de Galilea meridional. Las excavaciones arqueológicas recientes han descubierto allí un asentamiento muy antiguo, cuyas gentes vivían en cuevas excavadas en piedra caliza.
Nazaret distaba unos 6 kilómetros de Séforis, ciudad arrasada por los romanos cuando nació Jesús, pero reconstruida por Herodes Antipas hacia el año 19 d.C. como nueva capital de Galilea. Fue una ciudad próspera, con un gran teatro para 5000 personas. Algunos especialistas opinan que Jesús creció en un ambiente de influencia griega. Puede que trabajara como su padre José en Séforis. El albergue en el que José y María no encontraron habitación era quizás una posada de camino, con corrales y cuadras para las caballerías y algunos espacios comunes donde guarecerse.
En cualquier caso. Jesús procedía de Nazaret, en Galilea. Según G. Theissen, Jesús «el galileo» podía significar tres cosas: su origen no judío, ser un judío abierto a las influencias helenísticas o ser un profeta al margen de los conflictos sociales y políticos. En todo caso, ser galileo era un estigma para los estrictos y orgullosos judíos del tiempo de Jesús.
La Navidad cristiana
El término Navidad es una contracción de la pa­labra Natividad -en latín Nativitas- que significaba entre los romanos el aniversario del nacimiento de un emperador o el día de su ascensión al trono. La fijación del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Jesús o día de Navidad tiene que ver con los festejos paganos del solsticio de invierno en honor del dios solar o con ciertas especulaciones simbólicas, relacionando el 25 de marzo, fiesta de la anunciación, con el 25 de diciembre, fiesta de navidad, nueve meses más tarde, lapso de tiempo de una gestación humana.
Empecemos por la primera hipótesis derivada de las solemnidades religiosas. Las culturas religiosas antiguas celebraban anualmente el solsticio de invierno en las noches de finales de diciembre, largas y frías, eventualmente con lluvias, brumas, nieves y hielos. En esas noches aparecieron los ritos paganos de la muerte del sol y su nacimiento, concretados en el 25 de diciembre en Occidente y en el 6 de enero en Oriente. La fecha del día de Navidad aparece, pues, ligada a la naturaleza, ya que su noche se consideraba la más larga del año, momento religioso culminante del culto al sol, floreciente en los siglos II y III en la cuenca del Mediterráneo. Los estudios minuciosos del suizo O. Cullmann, del benedictino belga B. Botte y del historiador norteamericano de la liturgia Th. J. Talley avalan esta hipótesis.
Efectivamente, el 25 de diciembre tenía lugar en Roma una gran fiesta en honor del dios Mitra, «sol invencible». Justamente por la importancia de esa fiesta, el emperador Aureliano (270-275) inauguró el 25 de diciembre de 274 un suntuoso templo al dios sol en el Campo de Marte. A partir de ese día, señalado por el solsticio de invierno, comenzaba a crecer la luz solar. Por consiguiente, la no­che anterior —la que hoy es nochebuena— alcanzaba su franja más ancha, vencido el sol por el poder de las tinieblas. A partir de ese momento, el astro rey ganaba fuerza, luz y calor. Era su nacimiento. Así opinaban los astrólogos antiguos, para los cuales Oriente era región de luz y vida y Occidente de ruina y muerte. A partir del nacimiento del sol —astro más venerado antiguamente— la naturaleza sale de su letargo invernal y brotan por todas partes las semillas y la vida.
El solsticio de invierno era, pues, una fiesta señalada en las religiones antiguas, celebrada con ritos colectivos, a saber, hogueras, danzas, cantos y uso de plantas mágicas. Recordemos que el solsticio de verano en la fiesta de san Juan, 24 de junio, se conmemoraba asimismo con grandes hogueras. Poco antes de la festividad del sol se celebraban en Roma las fiestas Saturnales en honor de Saturno, dios agrícola del Lazio, durante siete días, del 17 al 23 de diciembre, repletas de diversiones y banquetes, con un sentido licencioso. Se sitúa el origen de estas fiestas en el año 217 a.C., cuando derrotó el cartaginés Aníbal a los ejércitos romanos y concluyó la denominada segunda guerra púnica.
En el norte de Europa había una fiesta de invierno dedicada al culto solar, semejante a la del sur, en la que se quemaban grandes troncos de madera en honor de los dioses, para que el sol brillara con más fuerza. Durante miles de años se celebraron estas fiestas dedicadas al sol, según diferentes tradiciones: persa, romana, nórdica y anglosajona. Los ritos en honor del sol se conservaron en Centroeuropa hasta la primera mitad del s. X.
Recordemos que mil quinientos años antes de Cristo, un soberano egipcio pretendió imponer en su país el culto al único dios, el dios solar. No lo logró del todo. Entre los antiguos adoradores del sol había el temor de que su dios fuese vencido un día por la oscuridad y las tinieblas. Precisamente porque cada año ganaba la partida el astro rey a la noche más larga, se le llamó «sol invicto». Es lógico que en el tiempo navideño hayan nacido los dioses del sol jóvenes: Osiris, Horus, Apolo, Mitra, Dionisios y Krisna. Precisamente en invierno se detiene el trabajo agrícola, disminuye la navegación por ríos y mares, se paralizan las batallas y es tiempo propicio para que los seres humanos comulguen con la divinidad.
En los tres primeros siglos no existió una tradición común concerniente a la fecha del nacimiento de Cristo, ni se celebraba la Navidad. A lo sumo, los primeros cristianos veneraban la gruta donde nació Jesús. Hacia el año 135 el emperador Adriano profanó la gruta, pero no la arrasó del todo. Implantó en ese lugar un bosquecillo, donde floreció un culto pagano.
En el s. II los cristianos conmemoraban únicamente la Pascua de resurrección. El día que nació Jesús era para ellos secundario. La fe cristiana es fe en la resurrección de Jesús y de los muertos. Es necesario llegar a mitad del s. IV para conocer, por medio de un incipiente almanaque litúrgico del año 354, que Cristo había nacido en Belén de Judea el 25 de diciembre. Posiblemente no sabían en Roma que en Oriente ya existía la fiesta de Navidad, llamada Epifanía, el 6 de enero. Navidad podría remontarse quizás al año 300. No olvidemos que en los siglos III y IV la Iglesia luchaba a brazo partido contra el paganismo.
Cierto es que el emperador Constantino (312-337), una vez convertido al cristianismo, decretó como días festivos el primero de la semana o domingo y el 25 de diciembre, fiesta del nacimiento de Jesús. La Navidad cristiana apareció, pues, como cristianización de la fiesta pagana del nacimiento del sol invencible, que según el calendario juliano del año 45 a.C., se celebraba el 25 de diciembre. Como justificación se dijo desde entonces que Cristo es «sol de justicia» (Mal 4,2), «astro que nace de lo alto» (Lc 1,78), «luz para alumbrar a las naciones» (Lc 2,32) y «luz del mundo» (Jn 8,12; 9,5). San Agustín afirmó que Cristo es «el astro de las alturas».
Así se logró que en un mismo día coincidieran dos natalicios: el del sol y el de Jesucristo. Sencillamente se cristianizó la fiesta pagana del Natalis solis invicti («nacimiento del sol invencible») con la del Natalis solis iustitiae («nacimiento del sol de justicia») asociado a Jesucristo, según la aplicación del texto de Malaquías (3,20). De este modo los cristianos combatían la idolatría, se apartaban de las fiestas paganas y desarrollaban su propio culto.
A pesar de la evidencia del origen de la Navidad como contrapartida cristiana de la fiesta pagana del sol, el historiador francés L. Duquesne propuso en 1889 otra explicación en su libro los orígenes del culto cristiano. Es la segunda hipótesis sobre el origen de la Navidad. Cree Duquesne que se llegó a la fecha del nacimiento de Cristo partiendo del día que se tenía por la fecha de su muerte, el 25 de marzo, 14 del mes de Nisán judío, equinoccio de primavera. Según algunos cálculos fantasiosos de entonces, basados en el simbolismo de los números, Cristo vivió con exactitud un cómputo determinado de años y días. La encamación tuvo que ser el mismo día 25 de marzo. De la Anunciación a la Navidad van justamente nueve meses. Consecuentemente nació el 25 de diciembre. No es fácil avalar esta opinión ya que no se encuentra en ningún autor antiguo.
La fecha del 25 de diciembre arraigó en el pueblo con rapidez. Desde Roma se extendió por la cristiandad. Constantino ordenó construir sobre el lugar del nacimiento de Jesús el año 326 una gran basílica, reconstruida en el s. VI por Justiniano I, de la que se conservan algunos restos. El papa Julio, a ruegos de san Cirilo de Jerusalén, fijó en el s. IV la fiesta de Navidad el 25 de diciembre. Nuevamente el papa Liberio decidió el año 354 que el 25 de diciembre se dedicase al creador del sol para contrarrestar la vigencia de los cultos solares paganos, todavía florecientes.
La Navidad adquirió una gran popularidad desde el s.VIII, al enriquecerse las ceremonias litúrgicas de ese día con lecturas, cantos y oraciones. En la Edad Media mejoró la fiesta con la instalación de belenes y canciones populares, que se transformarían en villancicos. Aunque conservó la Navidad un tono sencillo y campesino, con el tiempo se enriqueció y complicó desde un punto de vista familiar, social y comercial.
A causa de las luchas que se produjeron en Europa entre protestantes y católicos por la reforma luterana, no se celebró apenas la Navidad durante unos cien años. Reformadores de Inglaterra, Suiza y Alemania tacharon de «puerilidad» e «infantilismo» la moda incipiente del belén. Algunos anglicanos, puritanos y severos, fueron más lejos y prohibieron celebrar la Navidad en Gran Bretaña en el 1552. Por esa razón, el 25 de diciembre era en 1640 día laborable. Volvió a rescatar Carlos II en 1660 la fiesta de Navidad, y de nuevo se prohibió en la época victoriana, hasta ser restablecida a mediados del s. XIX.
En Estados Unidos compartieron la Navidad católicos y protestantes desde 1607, año en que se celebró por primera vez esa fiesta en Norteamérica. Los italianos llevaron a América el belén y los anglosajones el árbol. Naturalmente la primera Navidad celebrada en el nuevo continente fue en 1492, dos meses después de la llegada de las tres carabelas. En realidad, Navidad —tal como la conocemos hoy— es creación del s. XIX. Actualmente celebran la Navidad el 25 de diciembre anglicanos, protestantes y católicos. Para los ortodoxos, el nacimiento de Jesús es el 6 de enero, día de la Epifanía, antigua Navidad oriental.
Singular importancia tiene en Navidad la «misa del gallo», así llamada por la creencia de que Jesús nació a medianoche, tras el canto del último gallo. Otros piensan que se deriva de ser el gallo el primer animal que asistió al nacimiento de Jesús y expresó su alegría con su canto, cacareando la noticia a todo el mundo. Hubo lugares donde un niño desde el coro o un pastor en la nave imitaban en un momento dado el canto del gallo.
En algunas parroquias y templos usan en la misa del gallo panderos, panderetas, zambombas, triángulos y castañuelas para crear un clima de alegría, propio de Navidad. Desde el s. X existe la costum­bre en los templos de adorar el Niño. Al final de la liturgia de la palabra se representaban escenas evangélicas navideñas con pastores o reyes magos. En Navidad hay tres misas distintas, tradición que se remonta a la Iglesia de Jerusalén del s. IV. Además de la misa de medianoche están las misas de madrugada y del mediodía.
La Epifanía o fiesta de los Reyes Magos
Casi al mismo tiempo que surgió la fiesta de Navidad en Roma, o quizás antes, hubo en el Oriente cristiano otra fiesta similar denominada Epifanía, palabra griega que significa entrada del rey en una ciudad, cuando la visitaba. Por eso san Pablo afirma que la venida de Cristo a la tierra fue una «epifanía» (2 Tim 1,10). En el ámbito religioso pagano, epifanía era la manifestación de la divinidad. De ahí que en sus comienzos. Navidad y Epifanía eran la doble cara de una sola fiesta. Ambas cristianizaron el culto al dios solar, extendido por todo el imperio romano, al menos hasta el siglo m. Se diferenciaron a finales del s. IV o comienzos del s.V. Prácticamente las dos fiestas fueron aceptadas por todas las comunidades cristianas extendidas entonces a lo largo y ancho del Mediterráneo.
Epifanía tiene relación con una fiesta que se ce­lebraba en Egipto y Arabia la noche del 5 al 6 de enero, coincidente con el solsticio de invierno. Se erigió en honor del nacimiento de Aion de la virgen Koré. Después del canto del gallo, los portadores de antorchas bajaban a una cueva, donde estaba el ídolo, para llevarlo hasta el templo Koreion o santuario de Koré, en procesión, acompañado de flautas, címbalos y cánticos. Después de la ceremonia lo devolvían a la cueva. Era, pues, una fiesta análoga a la romana del 25 de diciembre. Con el tiempo, la epifanía se fue transformando hasta cristalizar en la Edad Media como fiesta de los Reyes Magos.
Según los relatos evangélicos, los tres reyes magos no fueron tres, ni reyes, ni magos. Eran astrólogos o astrónomos, y su número es desconocido. En conexión con los tres dones surgió la convicción de que eran tres. La realeza les vino a partir de algunas profecías del Antiguo Testamento, cumplidas por ellos con sus presentes. Otros creen que les hicieron reyes para quitarles el título de magos, dada la lucha de la Iglesia contra la magia.
De acuerdo a una tradición antigua, recogida en un texto litúrgico, Melchor lleva a Jesús oro (realeza), Gaspar incienso (divinidad) y Baltasar mirra (sepultura).
Sus nombres proceden de los «evangelios apócri­fos» —pintorescos, superficiales e imaginativos—, que representan a las tres razas conocidas a finales del s.VII o comienzos del s.VIII: blanca, amarilla y negra. La piedad popular cree que los restos de los tres Reyes fueron trasladados a la catedral de Colonia en el s. XII, donde se veneran. Desde tiempos inmemoriales, los Reyes Magos han impulsado la fantasía popular y la artística.
Las figuras de los Reyes se ponen en el belén en forma de cortejo, abriendo la marcha un heraldo, montado en un caballo blanco con las pezuñas pintadas de purpurina. Antiguamente llevaban los tres Reyes un gorro frigio; más tarde, cuando se les consideró reyes, coronas plateadas. Desde mediados del s. XIX los Reyes traen los regalos: Gaspar, golosinas y frutos secos; Melchor, ropa y zapatos; Baltasar, carbón y leña para los niños díscolos.
Con la cabalgata de Reyes terminan prácticamente las navidades.